lunes, 6 de octubre de 2014

Xi’an sin guerreros

Sí, fue el descubrimiento casual en 1974 de las 8000 estatuas de terracota lo que ha hecho que Xi’an sea conocida mundialmente, pero esta ciudad china tiene mucho más que ofrecer. Desentrañamos los atractivos por los que deberías conocerla más allá de la ineludible visita a los compañeros de ultratumba del primer emperador.


 

LA MURALLA


El tamaño y la solidez de su estructura hacen que nos inclinemos ante el poder de los emperadores chinos. Es de esos monumentos que nos transporta instantáneamente al pasado y el contundente recordatorio de la época en la que la mayor parte de las ciudades chinas estaban fortificadas (hoy es la única muralla intacta que se conserva y ayuda a hacernos una idea de lo que eran, por ejemplo, las de Pekín antes de que fuesen derribadas en los años 50). 

El recorrido por su perímetro –en bicicleta preferentemente porque 14 kilómetros cuestan lo suyo- deja sin aliento por la anchura y amplitud de la construcción. Asomándose a sus almenas, al atardecer, se asiste a la vida en los parques que la circundan (con chinos haciendo taichi, aerobic o baile), y comparar exterior e interior del perímetro amurallado nos proporciona una visión del pasado y presente de China, con los grandes centros comerciales y rascacielos desafiando la altura del centro histórico. El camino de la muralla es hoy la calle más despejada, agradable y con mejores vistas de la ciudad. 


LA TORRE DEL TAMBOR Y LA TORRE DE LA CAMPANA


Si la proverbial contaminación de Xi’an –últimamente más controlada– nos lo permite, las torres del tambor y de la campana asomarán saludándonos en el clásico eje norte-sur del centro de la ciudad –estructura urbana que se repite por todo el país–, aunque la del tambor esté un poco desviada hacia la izquierda. Marcaban el amanecer y el atardecer, y aún hoy sirven de referencia como centro de la ciudad –la de la campana– y acogen espectáculos en los que los tambores consiguen que te vibre hasta el estómago (obviamente, la del tambor). 


EL BARRIO MUSULMÁN


El hogar de la comunidad Hui en la ciudad es uno de esos amalgamas de la historia que nos vuelven locos porque por momentos te confunden sobre si estás en un zoco de Marrakech o en el corazón del norte de China. Si ya buena parte del país se nos aparece como un gigantesco bazar, estas callejuelas multiplican el efecto. Hay souvenirs de madera y de jade, juegos de palillos y tableros de mahjong, especies del oriente próximo y del lejano, sedas, frutos secos y mujeres con hiyab vendiendo el libro rojo de Mao en un contraste único e inolvidable. 


LA GASTRONOMÍA 


La pasta es, más que el arroz, el plato omnipresente de Xi’an, ya sea en fideos finos, gordos o anchos (delicioso el biang biang mian, una especie de sopa de fideos con carne y tomate). Se impone probar la comida callejera del barrio árabe, todo un ejemplo de food trucks fuera de toda sospecha de ser trendy. En estos puestos sirven pinchos de diversas procedencias, dulces que podrían ser libaneses, aparecen repentinos aromas a kebab, por todas partes se ofrece el pan relleno de cordero convertido en una especie de hamburguesa local y el caqui y la granada nos tientan en forma de pieza de fruta o de zumo recién exprimido. 


LA GRAN PAGODA DEL GANSO SALVAJE


Este edificio del siglo VII y los jardines que le rodean son ejemplo de la arquitectura de la dinastía Tang, la de los emperadores que dejaron una huella más profunda en la ciudad (su nombre es el reclamo para actuaciones de danzas clásicas y cenas-concierto). Su sobria estructura piramidal es también uno de los referentes de la expansión del budismo en China, al albergar una de las escuelas y centros de traducción de textos budistas más importantes del país, construida en torno al cuidado de los textos que el monje Xuanzang trajo de India. 


LA MEZQUITA


Entre el bullicio del barrio musulmán aparecen los muros de la tranquila mezquita de la ciudad, todavía en uso. Es un placer pasear por ella encontrando los elementos clave de los edificios musulmanes –el agua, los patios, las celosías- pero mezclados con las pagodas y estructuras chinas. Entre sus salas en las que se exhiben libros de estudio y fotografías de visitantes ilustres (familia real española incluida) se pasea entre los miembros de la comunicad musulmana local enfrascados en sus abluciones o atentos al minarete para llamar a oración, de silueta inconfundiblemente oriental. Una de esas visitas que te hacen ver lo volubles que pueden ser tus ideas sobre los países, las religiones y las fronteras.

 

Fuente: Traveler

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