jueves, 11 de septiembre de 2014

Cuatro motivos para ir y cuatro para regresar a Carcassonne

Carcassonne (o en el español colonizador Carcasona) comienza a ser uno de esos lugares donde todo turista inquieto ha puesto su chincheta. Tiene buena prensa, buena planta y buena fama de excursioncilla de un día que a veces se acorta por razones naturales o por el cansancio de la aglomeración. Hayas ido o no, aquí van unos cuantos motivos para descubrirla... y otros tantos para volver. 


 

PARA LOS PRIMERIZOS, visitantes que llegan por primera vez a patear de arriba a abajo la ciudadela medieval.


1. Por las piedras y su magnética fotogenia


Pues sí querido novato, hasta aquí llegará por los centenares de piedras colocadas en aparejo para formar muros, murallas, puertas y demás edificaciones de corte medieval. ¡Que le den a lo moderno! Hasta los gatos tienen un look anticuado, solo les falta la armadura completa y la espada envainada. No es ninguna fanfarronería, hasta el más apasionado por la fotografía se puede cansar de tomar millones y millones de gigas de fotos esos torreones al fondo punzando el horizonte. Y así, horas de paseos reconfortantes entre puertas (instantánea obligatoria en la de Narbona y la de Aude), palestras y escaramuzas amateurs para conquistar algún viejo puesto de vigilancia. 

2. Por la visita al castillo


La construcción civil más destacada intramuros está bastante bien montada para recibir visitas. Es el castillo, bien separado por una taquilla (menores de 26 europeos entran gratis) y un foso que pone un poco en orden tanto caos de callejuelas. Y hay que entrar para darse un garbeo por un espacio que fue palacio, castillo y fortificación y también para aprender que uno está ante una de las primeras restauraciones con fines turísticos de la Historia. En el Siglo XIX, un visionario como Eugène Viollet-le-Duc se interesó en saber cómo había sido la vieja ciudadela inexpugnable que tantos siglos resistió y que solo el progreso la derribó. Y para ello la reconstruyó basándose en planos y en documentos históricos. Un ejercicio de puro romanticismo que hoy la ciudad le agradece. No veas qué pintoresca la dejó. 


3. Por los recovecos, las tiendecitas y la buena vida


Visto el éxito que tiene Carcassonne entre el público mainstream, cualquiera podría pensar que sus estrechas calles serían un hervidero de tiendas de souvenir. Y la verdad es que hay bastantes, pero no las suficientes como para provocar el estupor ante tanto recuerdo made in China. Parece que Caracassonne ya ha pasado la fiebre y ahora se dedica a reivindicar todo lo bueno que tiene esta rica región con tiendas gourmet donde resalta el foie, los vinos y la bollería artesanal y con pequeños talleres de artistas artesanos. La rue Saint-Louis es la principal vía alternativa al plástico, con una última parada para -aunque sea- tomarse un cafecito y sentirse como un príncipe en bañador en el maravilloso Hotel de la Cité


4. Por Saint Nazaire


Estimado novato, haga lo que haga siempre acabará entrando en la basílica. No hay que se muy fan de la arquitectura ni ser un feligrés acérrimo para dejarse embaucar por lo que hay debajo de esas torres diferentes que forman el campanario. El interior deslumbra con sus vidrieras y sirve, de algún modo, para saciar las ganas de grandes catedrales de estilo francés. Es cierto que no es el punto cumbre del desvirgamiento de Carcassone, pero sí que hace que no resulte un escarceo monótono. Tiene un no-se-qué intrigante. 


PARA LOS REPETIDORES, aquellos que quieren llevarse unas impresiones menos masificadas de Carcassonne. 


1. Por el tour de la muralla y la sorpresa del teatro


Si se anda con cierto cuidado y se tiene la suficiente paciencia como para informarse bien, es posible no necesitar una segunda visita para hacer el tour de la muralla. Se trata de un itinerario que cada día cambia de horario y que sirve para recorrer las murallas guiado por un dicharachero especialista. Mola si se hace en castellano (muy de vez en cuando). Si no, siempre le quedará mejorar los idiomas intentando entender las peculiaridades de cada torreón y descubrir un rincón oculto al gran público. Se trata del fantástico teatro Jean Deschamps, sede del veraniego festival donde se aprovecha la magnífica acústica, el buen tiempo y la original situación para representar teatro, ópera, circo y música. Snobismo a buen precio (incluso gratis). 


2. Por la sabrosa gastronomía


Tanta visita, tanta creperie low cost y tantas soluciones domingueras de bocata y cantimplora eclipsa una oferta gastronómica bastante suculenta. El plato ineludible es el Cassoulet, una especie de fabada pero con pato hecha en una cazuela de barro y con un final churruscadito muy conseguido. Está rico, es tradicional y tiene hasta su propia ruta por toda la comarca. Otras especialidades son los estofados de caza o los caracoles a la Languedoc. Todas ellas recetas que piden a gritos un vino de la región (los magníficos Côtes de St-Mont o Côtes de Brulhois) que ayude a la digestión y a la siesta. 


3. Por razones extra... muros


Hay una tendencia innata a desprestigiar al resto de la ciudad, a la que creció fuera de las murallas y donde se hace la vida real. Y esto es un grave error. Vale, es normal que tras tanta sobre excitación medieval todo lo demás parezca poca cosa. Pero no lo es. La Bastide Saint-Louise es una ciudad armoniosa, ordenada y simpática con algún monumento digno de ser visitado como la catedral de Saint-Michel o la alegre plaza Carnot. El puente viejo es el punto de unión con el pasado, un lugar de extrema belleza. Aunque, siendo sinceros, la estampa impresionante es la que se admira con la ciudad amurallada detrás. Y luego está el canal du Midi, con sus inocentes cruceros fluviales que a su paso por Carcassone regalan un paseo tranquilo flanqueado por árboles cuyas ramas caen como lágrimas hasta el agua. 


4. Por la excursioncita a St. Hilaire


Son 24 kilómetros que pueden asustar, pero el sendero que conduce hasta la abadía de San Hilario es un breve trailer de lo que se espera de un paisaje del Languedoc. No hace falta hacerlo a pie, hay trazados ideales para hacerlo en caballo o para seguir el recorrido con el coche, parando cada 5 minutos 'obligados' por lo embaucador de las vistas. Este camino, conocido como 'Piedras y viñas' surca un mar de viñedos y matorrales floridos y tiene su punto final en San Hilario, un pueblo con un precioso monasterio famoso por las tallas del maestro Cabestany. Pero también un lugar donde se prueba el mejor espumoso del sur de Francia: La Blanquette de Limoux, el más antiguo del mundo. Un honor muy notable en el país del Champagne.

Fuente: Traveler

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