lunes, 14 de abril de 2014

Diez secretos poco conocidos de la Semana Santa en Jerusalén

Puede ser un zoco bullicioso. Pero esta ciudad santa está llena de rincones y detalles que merece la pena descubrir


1. El Santo Sepulcro vacío 



Pocos lugares hay en el mundo tan emotivos y tan decepcionantes. Lo que parece una contradicción se explica de golpe cuando uno se acerca a la tumba vacía de Jesús, venerada desde el siglo I, y se encuentra con una fila vociferante de gentes esperando cola detrás de unas vallas policiales, a las que un sacerdote griego-ortodoxo grita silencio bajo amenazas. El mismo sacerdote se dedica a separar en pequeños grupos de cuatro o cinco personas y a meterlas sin piedad en la diminuta cámara funeraria por una puerta de 133 centímetros de alto, por la que tienen que salir pasados apenas un par de minutos. 

Si uno consigue abstraerse del trajín, caerá en la cuenta de que está en el lugar exacto donde la tradición señala el misterio de la Resurrección, ante el sepulcro donde fue depositado el Cuerpo de Cristo. El lugar es ensueño de toda la cristiandad, aunque lamentablemente gran parte del público se dedica allí dentro a sacar fotos, así es que las posibilidades de experimentar honda espiritualidad son bastante reducidas. No hay que perder la esperanza: aún así, son muchos los que al salir aseguran haber capturado en esas fotos siluetas de almas y apariciones inmateriales, que no son más que humo de velas. 

2. El Gólgota



El imaginario popular sigue retratando el Gólgota como un monte en forma de calva («el lugar de la Calavera», dice la Biblia), pero lo que el peregrino se encuentra hoy es un altar de deslumbrante pan de oro coronado por lampadarios, tapizado en el suelo por mármoles, y situado a modo de oratorio en lo alto de una escalera difícil de subir. Es el sitio de la Crucifixión y Muerte de Jesucristo. La estancia no es muy grande y por ello es frecuente tener que bregar con los codazos de los arrolladores grupos de turistas y las charlas de sus guías, que a veces parecen estar en un mercado. 

Con todo, merece la pena hacerse un hueco, arrodillarse y meter los dedos debajo del altar para tocar la piedra donde la tradición marca que se clavó la Cruz. A ambos lados, dos circunferencias negras señalan dónde fueron ajusticiados los ladrones. Prácticamente nadie se resiste a inmortalizar la estampa con la cámara para el album personal, con lo que entre flashes y posados se pierde buena parte de la solemnidad del lugar. En la estancia contigua hay otro altar menos rimbombante y también con menos expectación donde poder detenerse un rato a reflexionar. 

3. La piedra de la unción 



La piedra plana donde José de Arimatea y Nicodemo prepararon el Cuerpo sin vida de Jesús se encuentra ubicada, con la lógica de una secuencia, en el camino entre el lugar de la Cruz y la Santa Tumba. No es una pieza muy conocida, y de hecho hay gente que ignora su significado y simplemente la mira con extrañeza y pasa de largo. Pero es imposible no verla, puesto que es lo primero con lo que uno se topa al entrar en la Basílica del Sepulcro. 

La conocerán por que sobre ella flota una fila de blancas lámparas de aceite, de las que gotean óleos perfumados con los que peregrinos arrodillados en el suelo intentan impregnar pañuelos, rosarios y souvenirs varios. 

4. Donde se halló la Cruz 



Santa Elena, madre del emperador Constantino y protagonista de la misión arqueológica más exitosa de la historia -en la que reconoció la mayoría de los lugares que hoy se veneran en Jerusalén- encontró la Vera Cruz aquí. Es una cueva o cisterna situada bajo la Basílica del Santo Sepulcro y, a pesar de la relevancia que se le pueda suponer, es un rincón por el que pasa poca gente. 

Demasiado oscuro, al final de una escalera demasiado empinada hay una valla que encierra el lugar donde se halló la reliquia, pero está la reliquia. 

5. La Vía Dolorosa 



Una procesión diocesana recorre todos los viernes, también el Viernes Santo, los 600 metros que van desde la fortaleza Antonia y el Pretorio -donde se celebró el juicio de Jesús ante Pilatos- hasta la iglesia del Santo Sepulcro de la Vía Dolorosa, que tiene sus cinco últimas estaciones dentro del templo. Es un recorrido muy bullicioso, plagado de bares de té y de hummus o de tiendas de presuntas antigüedades, que va del barrio musulmán al cristiano. 

El Viernes Santo está particularmente protegido por la policía israelí para que pueda discurrir entre turistas que están a otra cosa y vecinos que andan en su rutina. Si se hace con tiempo, conviene ir prestando atención a las pequeñas iglesias y oratorios que se abren en las fachadas de uno y otro lado, donde se irán descubriendo lugares que conmemoran los sucesivos episodios de Jesús en su camino a la muerte: el encuentro con su Madre, con la Verónica, la flagelación... 

6. La flagelación de Cristo 



Es en realidad la segunda estación del Vía Crucis. Forma parte del convento franciscano de la Ciudad Vieja, en la cúpula central luce una corona de espinas de mosaico y en las paredes tres hermosas vidrieras. Las leyendas de los viejos peregrinos contaban que en su interior podían escucharse los latigazos con los que fue azotado Cristo. 

No es un lugar espectacular. Sí tranquilo, precedido de un patio que invita a sentarse un rato. Puestos a tomárselo con calma, no está mal visitar cerca la Capilla de la Condena, donde la tradición cristiana oriental sitúa la casa de Caifás y otra más moderna a la imposición de la cruz y, fuera, el llamado Arco del Ecce Homo como el lugar donde Pilatos presentó a Jesús a la muchedumbre. 

7. Getsemaní 



Es un recinto mínimo y muy cuidado donde todavía crecen los olivos que, aseguran los frailes Franciscanos que están a su cuidado, fueron testigos de la oración de Cristo antes de su prendimiento. 

De hecho, la roca plana donde la tradición dice que Jesús fue capturado y sudó sangre se captura se conserva a escasos metros, dentro de la muy moderna iglesia de la Agonía de Getsemaní, que también merece una visita. La más emocionante, durante la Hora Santa que se celebra el Jueves por la noche, cuando los rezos en una docena de idiomas inundan la nave... pero una vez más, el griterío de los peregrinos que no respetan el silencio enturbia la vigilia. 

8. La Última Cena 



No existe prueba alguna de que Jesucristo compartiera la cena de Pascua previa a la Pasión e instituyera la Eucaristía en esta estancia, pero es tan agradable y tan evocadora que la imaginación puede sustituir a la certeza histórica. 

Está situada en lo alto del Monte Sión, se puede llegar paseando a través del cuarto armenio de la Ciudad Vieja de Jerusalén, y la mayor parte de lo que se contempla fue construido por los franciscanos en el siglo XVI para conmemorar la sagrada reunión de Cristo con sus discípulos. Ocupa la planta alta de un edificio, -del que es titular el Gobierno de Israel, no la Iglesia Católica-, y por eso no debe sorprender ver en el piso bajo una escuela talmúdica y el monumento funerario conocido como «tumba de David». 

9. El Mar de Galilea 



Una Semana Santa en Jerusalén puede concluir a orillas de un lago, el Tiberiades o Mar de Galilea, situado 180 kilómetros al norte (depende de la ruta), que es la referencia geográfica donde Jesús de Nazaret crece hasta su madurez y, tras su resurrección, se aparece ante sus discípulos. Es un bello paisaje, aunque poco bíblico porque se ha convertido en lugar de asueto de los israelíes y proliferan los coquetos restaurantes de pescado, tiendas de flotadores porque se hacen deportes náuticos y apartamentos vacacionales. 

Aún así, a bordo de un coche, la zona permite descubrir preciosos escenarios de distintos episodios de la vida de Jesús: Cafarnaum, la casa de Pedro, el monte de las Bienaventuranzas o Magdal.

Fuente: ABC 

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