miércoles, 16 de julio de 2014

15 buenas razones para cruzar el Atlas

Sí, el Marruecos urbanizado está muy bien, con sus taxis regateadores, sus aerolíneas low cost y sus bulliciosos zocos. Pero ya toca dar un pasito adelante y dejar las aglomeraciones para perderse al otro lado de las montañas. Aquí reina la cultura bereber, las costumbres del desierto y la asombrosamente baja densidad de población. Y también la belleza en forma de caprichos de la naturaleza y prodigios arquitectónicos en una ruta de norte a sur. 


1. IFRANE


Partiendo desde Fez, Ifrane es el primer objetivo. Pero hasta llegar a esta ciudad construida por los franceses se atraviesan paisajes verdes, mediterráneos y frondosos. ¡Al carajo las ideas preconcebidas y los prejuicios visuales que describen a Marruecos con colores ocres!. Y ya la llegada a Ifrane remata el shock. Levantado durante la ocupación francesa cerca de las únicas pistas de esquí del país, el ADN de Ifrane es alpino, con chalets puntiagudos, cafés señoriales y parques europeos (con los altavoces que transmiten la voz de los imanes incluidos…). El único reducto local es la estatua al león del atlas, un trozo de piedra tristísimo que recuerda a esta especie extinta. 


2. BOSQUE DE CEDROS Y MONOS


Este raro bosque aparece tras unas pocas curvas de la N-13 y llama la atención por la aglomeración de caballos vestidos de travestis que hay en las cunetas. Este curioso medio de transporte es una llamada de atención para bajar e investigar. Y de repente… ¡monos! Sí, esos seres que consideras adorables y divertidos pero que realmente son glotones y cleptómanos. Aquí habitan unos primos hermanos de los simios de Gibraltar y tienen más o menos sus mismas costumbres a la hora de interactuar con humanos y hacer el digno intercambio de comida por unas cuantas fotos. Y todo eso resulta enriquecedor para ambos bandos. 

3. LA RUTA 66 (VERSIÓN MARROQUÍ)


Tras superar las primeras laderas del Atlas aparecen los altiplanos, un paisaje yermo, desolador, apocalíptico y sediento. Si se da con la música adecuada (una sugerencia, el grupo malí Tinariwen), el camino se puede convertir en una especie de ruta 66 a lo marroquí, con ciudades polvorientas, cantinas donde no han visto a un extranjero en cuatro lustros y niños en las cunetas que, o bien saludan, o bien quieren que pares para desvalijarte (esa fama tiene, los pobres…). Incluso de repente se forman pequeños remolinos entre la nada. Hay belleza en lo desolado, hay paz en un amarillo horizonte que a veces se rompe con la aparición de las cumbres nevadas del Alto Atlas. 


4. CAÑÓN DEL ZIZ


Que algo va a pasar kilómetros más adelante se presagia al atravesar Midelt, después Rich y sus sangrientas carnicerías y comenzar a subir. En lo más alto del paraje conocido como Tizi Talghmet (o cuello de camello) comienza el valle del Ziz, que da la bienvenida con unas sobrecogedoras gargantas. Un meandro desnudo donde el agua es tan cristalina que se vuelve rosa (por los sulfatos del suelo) y donde da vértigo mirar a cada punto. Siguiendo con la analogía yankee: Welcome to the Moroccan Grand Canyon (del rosado, no del colorado). 

5. VALLE DEL ZIZ


Entre Er Rachida y Erfoud el Ziz pasa de ser una corriente de agua para ser un río de palmeras. Porque creer que debajo de tanta frondosidad corre un arroyo es casi un acto de fe. El caso es que el Ziz traza unas gargantas donde lo más espectacular es disfrutar del contraste del páramo con el verde de un oasis que mide más de 50 kilómetros de largo. Y la mejor forma es parando en el mirador que hay encima de Taznakht y perder la vista valle abajo. 


6. MERZOUGA


Desde que el famoso Ali, el cojo popularizara las excursiones al Sáhara desde Merzouga, este pueblo es la perfecta estación de servicio previa a perderse por las dunas, con Riads acogedores y simpáticos como el Ouzine y unos equipamientos muy Pro, demostrando que al otro lado del Atlas también saben tratar al viajero. 

7. ERG CHEBBI Y EL DESIERTO


Pero hasta los confines orientales de Marruecos se llega con el objetivo de pisar las arenas del Sahara y hacerlo a lo grande, dándose de bruces con Erg Chebbi y sus impresionantes dunas de más de 150 metros de altura. Llegar hasta aquí no es un periplo y se puede hacer en Quad o en camello. Lo que sí que es pedestre es la ascensión hasta sus cotas más altas, todo un deporte extenuante que tiene la recompensa de las vistas y el descenso posterior hasta los campamentos de haimas. 


8. TINGHIR Y LAS GARGANTAS DE TODRA


A los pies del Alto Atlas surgen algunas de las formaciones y paisajes más impresionantes de Marruecos. Eso es lo que sucede con Tinghir, que bebe de las fuentes del Todra para formar un oasis que incluye una vieja Kasbah y una medina con barrio judío incluido. Pero Tinghir se abandona rápido por la promesa de las gargantas de Todra, uno de los destinos domingueros de los marroquíes, que se acercan hasta esta grieta para disfrutar del agua. Sin embargo, su verdadero atractivo son las empinadas paredes de piedra que la corriente ha erosionado y que se han convertido en una Meca para los alpinistas europeos. Hasta aquí llegan grupos con el objetivo de burlarse del desnivel y la gravedad compartiendo pequeños rellanos con esas cabras del Atlas que se pasan media vida bailando chotis sobre las rocas. 


9. KASHBAS DEL DADES


El valle del Dades tiene dos formas de recorrerse. La primera es fijándose en las decenas de viejas fortalezas de adobe (Kasbahs) que se arremolinan a lo largo de este finísimo valle y oasis. Algunas como la de Imzzoudar son una verdadera postal mientras que otras a duras penas sobreviven a las lluvias que remotamente las derriten. Aún así, sus ruinas siguen teniendo un magnetismo ineludible. 

10. VALLE DEL DADES


La segunda manera es disfrutando de un paisaje caprichoso a rabiar. El Dades no es solo una especie de espejismo, también tiene rarezas como los dedos de mono, una formación rocosa que parece haber sido esculpida adrede imitando unas falanges gigantescas que emanan de la montaña. El valle se ve como nunca desde lo más alto del mismo, observando los retortijones de la carretera y el hilillo de agua culpable de todo. También merece la pena investigar por algunas gargantas afluentes sinuosas donde parece que Petra va a aparecer de repente. 


11. VALLE DE LAS ROSAS


Este florido valle reúne los mismos ingredientes que el Dades (palmeras, paredes titánicas y kasbahs, muchas kasbahs) pero adornado con las rosas que en primavera maquillan el paisaje. Una explosión de colorido que justifica cruzar hasta aquí. 

12. OUARZAZATE


Ouarzazate es la gran ciudad al otro lado, la principal parada de las caravanas que venían desde el Sahara y se dirigían hacia Marrakech y el resto de ciudades imperiales. Y sigue actuando como tal, solo que el comercio ha dejado un hueco grandecito al turismo y, sobre todo, al cine. Aquí están los estudios más importantes de África, lugares donde montan y desmontan cualquier decorado desértico en un plis-plás y que sirven para simular cualquier país árabe. Y sin embargo, sus museos de cine no son gran cosa. Lo que sí merece la pena es hacer una parada en la Kasbah de Taourit y perderse tranquilamente en su medina adyacente, lo único auténtico que aún queda por aquí. 


13. VALLE DEL DRAA


El Draa es el último gran valle al otro lado de las cumbres. No en vano, es el más largo, con 200 kilómetros entre Agdz y Zagora, formando una autopista de palmeras y fortalezas abandonadas, todas ellas con su correspondiente fotón. Merece la pena su frondosidad, sus dátiles y su paisaje constantemente dicromático. Y al final: Zagora, otra puerta al desierto con restos de fortalezas almorávides que completan la magia. 

14. AIT BEN HADDOU


Pero entre las mil kasbahs que aún sobreviven en el este de Marruecos hay una que sobresale: Ait Ben Haddou. Tiene su culpita Hollywood, que la ha usado tanto que hasta ha construido una falsa puerta que embellece la ya de por sí atractiva silueta. Pero también su impresionante importancia en la ruta nómada como enclave comercial. Su prosperidad pasada hoy se luce con sus diferentes Kasbahs que forman un Ksar inigualabe en el norte del Magreb. Y encima está muy bien acondicionada a las visitas, con un pequeño recorrido entre sus muros y a través de sus fortalezas. 


15. MONTAÑA DE TICHKA


El adiós en condiciones al Marruecos más auténtico se da subiendo el paso de montaña de Tichka, que se corona a 2.260 metros de altitud (el más alto de la cordillera). En su ascensión se deja atrás balcones, cultivos en terrazas y puestos ambulantes de fósiles asombrosos. Ya arriba, el paisaje es el de ese Marruecos verde que sorprendía en los primeros pasos por el Atlas, con verdor, cascadas y carreteras sinuosas. 

Fuente: Traveler

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